30 de mayo de 2013

¿ES LA HUELGA REALMENTE UN DERECHO?

Rotundamente, sí. Eso es innegable. La Constitución Española no deja puerta abierta alguna a otra interpretación cuando dice en su artículo 28.2: “se reconoce el derecho a la huelga de los trabajadores para la defensa de sus intereses”.


Este artículo, interpretado a contrario, defiende también la libertad de los trabajadores que no deseen secundar una convocatoria de huelga, dado que configura la huelga como un derecho y no como una obligación.

Sin embargo, yo hoy quería ir a trabajar con normalidad y no he podido hacerlo (jornada de huelga general en la Comunidad Autónoma Vasca). En mi lugar de trabajo se llevó a cabo una votación y con un 58% de votos afirmativos se decidió cerrar la empresa en base a lo que dictan sus Estatutos para casos como este, con lo cual, estoy obligado a secundar una  huelga en la que no creo (con el consiguiente perjuicio económico que ello me supone). ¿Dónde queda mi libertad?

Por lo tanto, la pregunta que deberíamos plantear no es la del título de este artículo, sino la siguiente:

¿El derecho de huelga de los trabajadores recogido en la Constitución opera realmente como un derecho?

Rotundamente, no. La coacción ha pasado a ser un elemento fundamental en cada convocatoria de huelga y en el resultado final de su seguimiento.

En mi caso particular no he sido coaccionado sino que, simplemente, mi puesto de trabajo no estaba disponible lo que, a mi entender, vulnera mis derechos como trabajador.

Esta coacción de la que hablo opera en ambos sentidos:

La situación actual, la creciente precariedad laboral y la inestabilidad y temporalidad contractuales, permite que sean los empresarios quienes en muchos casos decidan si permiten a sus empleados secundar o no la convocatoria de huelga. Este hecho, sin duda, vulnera flagrantemente su derecho a seguir el dictado de su conciencia por miedo a las represalias que pudieran tener lugar.

Existen trabajadores que desearían no acudir a su puesto de trabajo en la jornada de hoy pero han de hacerlo bajo el temor a ser despedidos o sancionados por parte de sus superiores. Además, la catastrófica situación que nos venden “ahí fuera” se encarga de hacer el resto.

Por otra parte, podemos encontrarnos el caso contrario: multitud de pequeñas empresas viven “con el agua al cuello” y directamente obligan a todos sus empleados a secundar la jornada de huelga para poder ahorrarse un día de salarios y de aportaciones a la Seguridad Social. Se trata esta de una situación mucho más delicada, pero que no por ello vulnera en menor medida el contenido del derecho de huelga.

En el caso del sector terciario (servicios), todo cambia. Habitualmente, estas jornadas cuentan con un “apoyo” masivo de este sector compuesto en su mayoría por pequeños comercios y trabajadores autónomos. Esto se debe en gran medida a la incansable y comprometida labor de los piquetes “informativos”, que te informan “muy amablemente” de que o cierras tu comercio, o te lo revientan. Curioso que amenacen de esta forma a aquellos pequeños trabajadores cuyos derechos se supone que están defendiendo.

Por cierto, ¿sabíais que los delegados, representantes y demás miembros sindicales que convocan la huelga y velan por su seguimiento pueden cobrar ese día como un día de trabajo?

Si, esos mismos que animan a los trabajadores a voz en grito y pancarta en mano a quedarse en casa cobrarán todas sus horas como si ese día hubieran trabajado. La ley permite a los representantes de los trabajadores disponer de una serie de horas libres, que varían en función del tamaño de la empresa, para hacer actividades sindicales. Si en este caso, estos no han agotado sus horas del mes de mayo, podrán sumarlas a la huelga (considerando esta como una actividad sindical) y cobrar su sueldo íntegro.

El problema de base está en los propios sindicatos. La mayor parte de sus ingresos proviene de las subvenciones públicas, lo cuál limita bastante su poder de actuación. ¿Morderíais vosotros la mano que os da de comer?

Es por ese motivo que ninguna de las actuales organizaciones sindicales se atreve a plantear una huelga indefinida en todos los sectores. Esa sería la convocatoria de huelga que muchos estamos esperando. Para que políticos y gobernantes se planteen siquiera algún cambio han de verse ellos “con el agua al cuello”. Hay que invertir la situación, hay que paralizar el país: sin transportes, sin servicios, la Seguridad Social sin recaudar… entonces seremos fuertes, y no con una huelga de un día en la que la mayoría de los trabajadores tendrán que recuperar el trabajo que no hicieron, pero sin cobrarlo.

Siempre lo he defendido: el día que los funcionarios públicos tomen conciencia del poder que tienen y de que son ellos quienes realmente hacen funcionar los engranajes de la Administración, ese día ocurrirán hechos históricos.

Y después está también el problema político, que no debemos obviar. Hace unos meses ya tuvimos una jornada de huelga general convocada por los sindicatos de mayor afiliación a nivel estatal. Ahora tenemos otra, con el mismo objetivo, pero promovida por los sindicatos nacionalistas. Hasta aquí llega la división política. ¿Cómo vamos a luchar así contra nada? “Divide y vencerás”, como se suele decir.

Carteles del sindicato nacionalista LAB anunciando la huelga

La gente está cansada ya de perder dinero luchando contra no se sabe muy bien qué, de la manera equivocada y, encima, cada uno por su lado (no vaya a ser que nos mezclemos y piensen que somos iguales).

Lo que más rabia me da es que, al final del día, cuando consulte cualquier medio de comunicación e informen acerca del seguimiento de la jornada de huelga aportando un porcentaje, yo y muchos como yo estaremos incluidos en el mismo.



5 de mayo de 2013

ESCRACHES... Y LO QUE VENDRÁ


Los escraches están de moda. O tal vez sea mejor decir que “son actualidad”.

Aunque el término ya existía, en estas últimas semanas se ha convertido en una de las palabras más utilizadas por los medios de comunicación. Estos movimientos no son más que una forma de protesta pacífica de acción directa en la que las protestas tienen lugar frente al domicilio o lugar de trabajo de la persona a quien se desea presionar o cuya responsabilidad se quiere denunciar o hacer pública.

Vamos, que en la práctica se trata de “montar  jaleo” bajo la ventana de casa de un Diputado, un banquero, Ministros… Ya que están muy ocupados y no tienen tiempo de acercarse a ver la realidad por la que atraviesa el país, pues les llevan la realidad a casa. Realidad a Domicilio o tele-realidad. ¿Qué más quieren?

Es algo así como lo que hace el cobrador del frac: su único objetivo es recordar a esta gente cuáles son sus responsabilidades.

Imagen de un escrache. / Imagen: JAIRO VARGAS

Pero, ¿Por qué hacer un escrache? ¿Qué hay detrás de todo esto? Y lo que es más preocupante, ¿Qué vendrá después?

Los escraches no son más que el siguiente paso. Un escalón más. Son el objeto de la frustración de un sector cada vez más amplio de la ciudadanía que ve como manifestaciones, concentraciones y demás actos de protesta… lejos de mostrar eficacia alguna, encima generan la burla de aquellos a quienes van dirigidas. Estamos hartos de ver cómo políticos y demás altos cargos frivolizan con asuntos tales como el número de asistentes, la seriedad de convocatorias y las teorías conspiranoicas que se ocultan tras las mismas.

Concretamente recuerdo el caso de un Diputado asomándose por la puerta del Congreso de los Diputados durante el primer movimiento “rodea el Congreso”. Lo más inteligente que se le ocurrió decir al mirar hacia la Plaza de Neptuno fue: “suele haber más gente cuando el Atlético de Madrid celebra algún título”. ¿No le parece serio? Pues igual debajo de su casa lo ve de otra manera. Es un paso absolutamente lógico y comprensible.

Esta vergonzosa prepotencia de aquellos que dicen velar por los intereses de la sociedad es la que genera y alimenta estos movimientos, y no la extrema izquierda, ni la extrema derecha ni ETA, ni nada que se le parezca, como hemos tenido que escuchar. No tienen ni idea de lo que realmente está pasando ni del alcance que todo esto puede llegar a tener. Y si lo tienen, ya han dejado claro que les da igual.

Como muchas veces antes, volvemos a enfocar las cosas de la manera equivocada. El problema no son los escraches. Los escraches, sinceramente, deberían “traérnosla floja”. Luchar contra los escraches es como tener bronquitis y tomar únicamente medicamentos para atajar la tos. En ambos casos, si se me permite el símil, la enfermedad está más extendida. Si nos centramos en los síntomas en vez de combatir la enfermedad, esta terminará por matar al paciente. No debemos gastar tiempo, dinero ni ningún recurso en combatir ni enfrentarnos a los escraches, sino en ver todo lo que hay detrás, todo lo que ha llevado a esas personas a protestar desesperadamente bajo el domicilio de un personaje público concreto. Cuando la enfermedad sea curada, los síntomas desaparecerán solos.

Ilustración de Manel Fontdevila publicada en la revista "El Jueves"

Si no hacemos esto, los escraches irán a más. Cada vez harán referencia a más problemas y se volverán violentos (por suerte, todavía no lo son). Comenzaron como un movimiento contra los desahucios, pero ya están extendiéndose a otros ámbitos como los recortes en gasto público, el paro… La metástasis está en marcha y empieza a parecer imparable.

Es cuestión de tiempo que alguien dé el siguiente paso, que alguien suba el siguiente escalón. Y no sé si se han dado cuenta los escracheados, pero la indignación está ya en la puerta de sus casas. ¿Qué creen que será lo siguiente?

En este país se está suicidando gente que se ve en la calle sin nada tras ser desahuciada y sin posibilidad de volver a remontar el vuelo porque continúa teniendo una deuda millonaria con su banco. Esto es ya una realidad. Llegará el día en que alguna de estas personas caiga en la cuenta de que le da absolutamente lo mismo llevarse a 4 o 5 por delante antes de quitarse la vida. Peor aún, se dará cuenta de que de ese modo se va al otro barrio mucho más satisfecha.

Cuando eso suceda, nuevamente dedicaremos tiempo y recursos a decir lo mal que está hacer eso en vez de dar con el problema real y tratar de remediarlo, y así es como la enfermedad seguirá avanzando.

Otra cosa que creo que acabará sucediendo es un aumento de la delincuencia. Mucha gente habrá que, ante la posibilidad de vivir en la más absoluta miseria, optará por robar y delinquir. Si les va bien podrán vivir con lo que roben, y si les va mal y son detenidos, podrán vivir en una prisión a cuenta del Estado. Cada vez la gente tiene mucho menos que perder, por lo que vivir en una cárcel (comida caliente y una cama) llegará a ser mucho más que aquello a lo que puedan aspirar en sus vidas.

Todo esto no es más que un reflejo de la crispación, el desengaño y la decepción de la calle. Algunos lo exteriorizamos escribiendo, otros lo hacen a gritos y pancarta en mano, pero es cuestión de tiempo que alguien decida que todo esto ya no es suficiente y pase a mayores. Entonces, ya no habrá vuelta atrás, y llevarnos las manos a la cabeza no servirá absolutamente para nada.

Lo dicho, estos políticos elitistas a los que alimentamos deberían bajar de una vez a la calle y romper esa barrera que les separa de la realidad y que cada vez parece más insalvable. La clase política está perdida. Ellos tienen a la policía delante de su casa (policía que pagamos todos) para evitar que se acerquen demasiado aquellos a los que, en muchos casos, esa misma policía ayudó a echar de la suya. Curioso.

Lo peor de todo es que cuando tras esta lenta agonía el paciente muera, encima nos dirán que no pudieron hacer nada por salvarlo o que hacerlo no estaba en su mano. Y entonces no sé qué será peor: si que nos lo digan o que ellos mismos realmente se lo crean.